martes, 21 de junio de 2011

NADJA Y EL CONCEPTO DE LA MUJER EN EL SURREALISMO

Por José del Águila


NADJA Y EL CONCEPTO DE LA MUJER EN EL SURREALISMO


“El problema de la mujer es lo único maravilloso
 e inquietante que en el mundo existe”[1]
A. Breton

1.                 La erótica del surrealismo

Desde la visión del surrealismo, el mundo es solo una parte de la realidad que el ser humano percibe. Sin embargo, existe una realidad oculta, poblada de sueños, que aviva el inconsciente y nutre la fantasía. La percepción de esta realidad no puede efectuarse por lo medios habituales del conocimiento. Se necesita una superación de aquellos límites impuestos por la lógica binaria y la tradición. Un mundo que rompa con las fronteras entre lo subjetivo y lo objetivo, la locura y la razón.
        
Dentro de estas distintas formas de expresar un contenido, la visión del universo femenino creada por el escritor surrealista corresponde a la idea de mujer más aparente que real, una mujer encerrada en una esfera donde se construye una ser mágico, mítico, que rompa con el concepto evocado por los poetas románticos, una imagen femenina irreal, de ensueño, separada del mundo existencial y capaz de ser utilizada libremente como el objeto poético más puro.

La idea de la mujer-musa es clave en el surrealismo. Tiene la capacidad de estimular y provocar la creatividad del hombre surrealista. Por su visión concéntrica, su sentido trascendente y su ausencia de visión lógica, la mujer ayuda al hombre a sacudirse del mundo racional y a abrirse a un mundo de fantasía e imaginación.

Sobre todo en Dalí y Breton se halla el poder constante que tiene la mujer como inspiradora del hombre. Dalí sublima a Gala hasta convertirla en el eje de su vida y de su obra, hasta simbólicamente utilizar su firma unida a los dos y, Breton dedica a Nadja en Arcane 17[2] una de las frases más bellas acuñadas por el poeta francés: “Cuado la suerte te trajo a mi encuentro, la mayor oscuridad reinaba en mí y puedo decir que en mí se ha abierto esta ventada”
                  
         La idea del amor ensalzada por el surrealismo es el summum mediante el cual se realiza mejor la función de esa mujer ídolo de pasión y objeto erótico, facetas de un  mismo sentimiento magnificado por los surrealistas.

         Esta concepción fue expuesta fundamentalmente por Breton en Nadja (1928), y también aparece en la mayor parte de texto del grupo definido por la simbiosis de lo material y lo espiritual, que logra conformar el amor sublime, aspiración máxima del amor surrealista. De esta manera, aquella mujer que lo encarna asume la total libertad para entregarse de modo exclusivo al otro y alcanzar la unión total.

La re valoración de la mujer al cual apela el surrealismo, por intolerante que parezca para ciertas percepciones, ya ha marcado un derrotero único. Los surrealistas rechazan reducir el acto amoroso a un simple gesto, inversamente, lo harán depender de todos los modos de expresión, y de las más altas funciones del espíritu.
                  
                   “Nosotros reducimos el arte a su más simple expresión, que es el amor”, exclamaba Breton, para quien lo “convulsivo” deviene en el concepto mismo de la belleza. Como simple afirmación de las cosas, la historia del arte no había cesado de limitar el amor a una representación netamente simbólica, empero el surrealismo, tiene a someter la creación artística al dictado del inconsciente, otorgándole los matices mismos del éxtasis, tal como lo definiría Dali “estado vital de la lucidez ciega del deseo”.

La erótica del surrealismo tiende a identificar el dictado del deseo con el del inconsciente, a hacer el amor un equivalente del sueño más bello que está en el origen de toda creación, y por ello mismo, su función está en transformar el acto de amor en un acto divino.

Sin embargo, no hay que olvidar que a veces las mujeres surrealistas eran vistas como un objeto, ya lo afirmaba Leonora Carrington (compañera sentimental del pintor Max Ernest): “ser una mujer surrealista quiere decir que eres la que cocina la cena de los hombres surrealistas”.
Estos conceptos se encuentran confirmados por los estudiosos y sobre todo por las feministas americanas, que tienden a decir que los surrealistas eran machistas, pero no obvian que al mismo tiempo, fue un movimiento en el que hubo muchas mujeres implicadas cuyas obras se publicaron también en las revistas surrealistas.

2.                 La mujer surreal en el universo de André Breton.

A diferencia del futurismo, que reclamaba la desaparición de la mujer al tiempo que abogaba por su educación en igualdad de condiciones y el derecho al voto;  los surrealistas, como ya se advirtió, influenciados directa o indirectamente, por políticas de separación, consideraban a la mujer como musa, inspiración como objeto-sexual a disposición de la imaginación de y deseos masculinos.

Las referencias en el Primer y Segundo Manifiesto Surrealista, publicados por Breton en 1924 y 1929 respectivamente, respecto de la mujer son breves pero muy significativas: éstas son celebradas por su “arrebatadora belleza”, mientras que a los hombres se les asigna la función de “señores de las mujeres y del amor”, en palabras del autor de “Nadja”: “¿acaso lo esencial no es que seamos dueños de nosotros mismos, y también, señores de las mujeres y del amor”.

De esta manera, se observa que los artistas surrealistas consideraban a la mujer como “compañera de ruta”, “objeto de estudio”, “seres que habían venido al mundo para ser redescubiertas por los hombres”, “enigmas que debían ser descifrados”,
    
Si bien el hombre desea conquistar y descubrir a la mujer, Breton se cuestiona: ¿realmente ella desea ser conquistada? Así podemos advertir que en “Nadja” la protagonista del mismo nombre resume en su persona el azar, los encuentros casuales, el descubrimiento de lo desconocido, y ésta llega a exclamar: “Eres mi dueño, no soy más que un átomo que respira en la comisura de tus labios…”, palabras que por supuesto, el autor a puesto en boca de mujer.

Asimismo, en Poisson Soluble la mujer es tratada como objeto sexual, mujer cosa. En L’amour fou, inspirada en Jacquieline Lamba[3], el azar, el encuentro, el amor, la naturaleza y los personajes mitológicos y de leyenda están enlazados a la idea que el autor tiene del sexo femenino. En Arcane 17, se producirá curiosamente un cambio en el tema analizado: se deja atrás a la mujer musa, e incluso también esa mujer polarizada de amor virgen y niña, mujer objeto erótico y mujer fatal, y pasamos a un Breton maduro, para quien el mundo no puede ser concebido sin la inclusión de ambos sexos, el femenino y el masculino, puesto que el orden mundial quedaría vació de contenido sin las aportaciones de ambos”



3.         El caso de “Nadja” y la mujer surrealista

“Nadja” fue escrito por Breton en 1928. Es un libro singular que se escribe como un informe médico, que quiere ser un documento y también un documento de vida, y una novela autorreflexivao una metanovela. Nadja, el personaje, traza la figura del encuentro fortuito, del azar, del amor, de la libertad, es decir de lo incondicionado, de la visión de lo momentáneo y sobreviviente, y de la locura.
Así con “Nadja”, Bretón intenta desentrañar la dimensión de la locura en tanto configura líneas de sentido que posibilitan el cruce de la surrealidad con la vertiente de la inspiración poética del pensamiento idealista.
La particularidad de la dimensión demencial presente en la obra es vislumbrada principalmente a través del trazado del encuentro fortuito, de la visión de lo momentáneo y de la propuesta de libertad presentes en el personaje Nadja. El libro propone un modelo de mundo singular, cercano y lejano a la vez de la experiencia ordinaria, donde el azar y el don visionario juegan un papel importante; y otro, más extraño, donde la locura es un dato de la realidad.
En este sentido interesa adentrarse en la ciudad, específicamente en la calle, identificándola como aquel espacio de  la realidad donde se vuelve posible acceder a la experiencia del amor y de la belleza como antesalas de la libertad creadora y del ilimitado campo de la locura.
Lo interesante es que esta experiencia demencial le es revelada al narrador de esta obra no sin antes plantearse el tema de la identidad y de su diferenciación como paso necesario para la revelación de su tarea dentro del mundo
La inquietud inicial del narrador por encontrar ese rasgo diferenciador que le permita responder a la pregunta ¿Quién soy? le remitirá indefectiblemente a la fuente diferenciadora por excelencia: el otro.
Es a  través del encuentro con Nadja y de su paulatino develamiento, la forma en que el narrador irá desentrañando aquella diferenciación que le permita revelar el mensaje que le está encargado entregar a sus semejantes.
Sin duda, este mensaje correrá por las vías de la propuesta de la surrealidad: la figura del encuentro fortuito, del azar, del amor, de la libertad, es decir, de lo incondicionado, de la visión de lo momentáneo y sobreviniente, y de la locura, rasgos que Bretón habría emblematizado en dos libros anteriores:
Ahora bien, el narrador, junto a Nadja con la cual lleva a cabo diversos recorridos por las calles de París, aprenderá  a asir un mundo donde cada acontecimiento se revestirá con la apariencia de señal por lo que se verá obligado a multiplicar su atención a los hechos palpables a través de sus sentidos, ya que serán éstos los que le permitan un acercamiento con dimensiones ocultas de su inconsciente.
Los recorridos por ciudades como ésta junto con París parecen ser la condición necesaria para la aproximación, a veces obsesiva, en el oscuro fondo de las miradas de sus habitantes. La fijación en los ojos de Nadja constituye una ventana hacia la visión de aquellos aspectos que escapan a la cotidianeidad: “¿Qué es lo que tienen de extraordinario estos ojos? ¿Acaso hay en ellos reflejos simultáneos de oscura miseria y de luminoso orgullo?”.
Nadja poco a poco se convierte en la fuente inspiradora de André, éste aprehenderá de ella las experiencias súbitas de lo extraordinario y el aliento de libertad: “Consideré a Nadja desde el primero al último día, como un genio libre, algo así como uno de esos espíritus del aire que determinadas prácticas de la magia permiten momentáneamente vislumbrar pero nunca someter a sus designios”.
En este punto, Nadja como el alma errante que sólo se vislumbra sin posibilidad de retener,  introduce el tema de la libertad. Nadja se mueve fuera de los límites de la temporalidad para interrogar a André sobre su reclusión en la cárcel, la que podríamos interpretar con la carga simbólica de las ataduras de la razón: “Pero, dime,  ¿por qué tienes que estar prisionero? ¿qué habrás hecho? Yo también he estado en la cárcel. ¿Quién era yo? Hace siglos. Y entonces, ¿tú quién eras?”. Esta interrogante remite al ámbito de lo demencial en tanto revela un alejamiento del campo de una racionalidad reconocible.
Nadja se sitúa en la perspectiva de la locura reflejándola como un estado, como una manera de comportarse basada únicamente en la intuición más pura, en la libertad como completo desencadenamiento:
La intuición de Nadja, como base de su comportamiento, determina también la noción de amor que transmite la obra. Nadja propone el amor en el sentido de su unicidad e improbabilidad: “Es posible que no haya estado a la altura de lo que Nadja me proponía. Pero, ¿qué me proponía? No importa. Sólo el amor, en el sentido que yo lo entiendo –misterioso, improbable, único, confundidor e indudable amor-, el amor, en fin, a toda prueba”.
Estos rasgos perturbadores derivados del principio intuitivo emanado por Nadja no sólo afectan a la noción de amor sino también a la inspiración creadora, tema especialmente apreciado por Bretón para su concepción surrealista.
 Nadja” finaliza con una frase: “La belleza será CONVULSIVA o no será. Para entender esa concepción estética formada por el binomio belleza – convulsiva, debemos precisar primero qué entendemos poR convulsivo, el cual oficialmente se define como aquello producto de una convulsión, es decir, surgido de un estado de fuerte agitación o de gran excitación.

Ahora bien, Breton nos remite a este estado anímico para justificar la validez de la belleza únicamente cuando ésta contenga un carácter que conmueva, que logre destruirnos, que nos devele un mundo desconocido, irreal, mágico donde las reglas del mundo objetivo racional no existan, llegando a la explosión de lo consciente donde lo único que prime sea la primera pulsión que nos revele lo maravilloso, por más dolorosa que sea.

En ese sentido, advertimos que esta conmoción se encuentra reflejada en el amor que el narrador protagonista siente por Nadja, un amor que transgrede todos los prejuicios estéticos, un amor que lo sacude como una tren que tironea en la estación de Lyon, y un corazón humano, bello como un sismófrago (pag. 119).

He aquí tal vez donde mejor se resume el eje temático del texto, contar una historia de amor-locura que vaya en contra de todos los convencionalismos existentes, donde el binomio yo-tu (aquél entre el hombre creador y la mujer pasión musa) se funda en un solo acto poético, aquél, como sentencia Breton, el del único amor, el que soporta todas las pruebas.
                  
Bibliografía

Breton, André. “Nadja”. México. Edit. Joaquín Mortiz

Benayoun, Robert: “Introducción a la erótica del surrealismo”.

Caballero Guiral, Juncal. “La mujer en el imaginario surreal. Figuras femeninas en el universo de André Breton”.


Durozoi. G & Lecherbonnier. “El surrealismo”. Madrid. Ediciones. Guadarrama, 1974

Nadeau, Maurice. “Historia del Surrealismo”. Barcelona. Edit. Ariel S.A. 1972

Passeron, René. Enciclopedia del Surrealismo. Barcelona. Ediciones Polígrafa. S.A.

Rodriguez-Escudero, Paloma.



[1] A. Breton: Segundo Manifiesto del Surrealismo en Manifiestos del Surrealismo, Madrid, 1974, p.228.
[2]  Arcane 17. Obra poética escrita por Breton en 1945 cuando acaba de regresar a Francia tras su exilio en Estados Unidos durante la Guerra Mundial. En esta época se interesa por el ocultismo.     
[3] Breton se casó con Jacqueline Lamba en 1934. Fue una artista que buscó el desarrollo libre de la pautas del surrealismo y de su sectario marido como líder de ésta vanguardia. Sus desavenencias con Breton, hicieron que Jacqueline lo abandonara y escapara con uno de los mejores amigos de éste, el escultor David Hare. El autor de Nadja se hundió en una terrible depresión y su vanidad quedó por los suelos.

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